domingo, junio 19, 2011

Feliz Día, Papá

La mirada se amplía cuando el padre ya no está, cuando su aporte a nuestra vida ya tuvo su final. Se hace verdad el dicho que dice que "se valora más lo que se ha perdido".

Fuí la primogénita de mi padre: el quiso que yo naciera y eligió mi nombre. Crecí sin hermanos hasta los 5 años, y mi padre, hasta que fuí adulta, me defendió y protejió de todo y de todos, me apoyó y me ayudó, y me dió hasta de lo que no tenía, para verme feliz.

Gran cualidad para un padre que, a su vez, tuvo una infancia difícil: sus propios padres se separaron muy temprano, y vivió a tiempos con su madre y con su padre, incluso en otro país. Tuvo una madrastra que lo quiso como a su propio hijo, y por un tiempo conoció lo que era una verdadera familia, hasta que ella murió. Para poder amar, uno tuvo que ser amado a la vez.

Mi padre era profundamente humanista y sabía, aún sin creer en Dios, que lo más importante en la vida eran las buenas relaciones humanas, concepto que me inculcó a través de los años en que tuve la dicha de vivir con él.

Uno, como hijo, piensa que el padre es eterno, que siempre estará ahí; por eso es muy duro perderlo en forma repentina.

Si bien el padre no es perfecto, no es difícil comprender que un padre bienintencionado hace todo lo necesario para que uno esté lo mejor posible.

A los hijos adultos que me leen: disculpen las pequeñas fallas de su padre, y valoren simplemente su presencia y conversación, porque mañana podría ya no estar.

Y a tí, querido papá, sé que hiciste lo mejor que pudiste en todo momento: ya estás en un lugar mejor, en paz, donde por fin has encontrado respuesta a todas tus interrogantes y estás junto a tu madre y a tu padre.